cantando villancicos

Estas fechas traen consigo multitud de costumbres que, invariable e inevitablemente, nos retrotraen a nuestra propia infancia. Ahora que en casa tenemos un nuevo pequeñín, ¿qué mejor regalo podemos hacerle y hacernos a nosotras mismas que retomar todos  quellos rituales que tan felices nos hicieron? Sin ir más lejos, el de los Villancicos. La tradición familiar era la de reunirse tras la cena a cantar estas pequeñas piezas del folclore popular. La presencia de tíos, abuelos y demás familia convertía la ocasión en una suerte de exhibición de talentos, muy apreciada entre los más pequeños. Para ello eran necesarias varias sesiones de ensayo con nuestra madre, ¡con qué deleite e ilusión nos aprendíamos las letras, hacíamos cantar las sonajas y practicábamos con pandereta y zambomba!

Unos días antes habíamos pasado por los puestos de la Plaza, donde todos los años recolectábamos los pequeños instrumentos que emplearíamos para la “función”. Elegíamos los que considerábamos más bonitos, y esperábamos ansiosos el momento de comenzar a aprender los nuevos temas. ¡Con qué orgullo los interpretaríamos después ante toda la familia! Los Villancicos fueron en origen coplillas profanas que se adaptaron con el cristianismo para su fin religioso. De origen popular, y propósito pedagógico, no fue hasta el siglo XVI que se generalizó el uso de canciones en lengua propia (no en latín) al relajarse la rígida moral propia de la Iglesia de Roma hasta el momento. A partir del siglo XVIII su uso quedó ligado a la celebración navideña. Las voces blancas de los niños han conformado la banda sonora de esta festividad desde tiempos inmemoriales. En estos momentos de incertidumbre y tristeza generalizadas, permitamos que las nuevas generaciones disfruten de estas hermosas costumbres como manera de recordar una época en la que todo era más puro, más sencillo, más inocente.

¿Tenéis vosotras algún recuerdo parecido ligado a la Navidad? ¡Contádnoslo!

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