Después de una larga jornada de trabajo, lo único que estás deseando es llegar a casa y reencontrarte con los tuyos, reposada, felizmente. Pero no siempre es posible, las peleas se suceden, los nervios se desatan y el hogar ideal acaba convertido en un campo de batalla. ¡Nunca! Jamás has de consentir llegar a ese extremo.
En las discusiones familiares, evitad el jugar al “poli bueno, poli malo”, dinámica en la que caen muchas parejas, sobre todo cuando uno de los componentes pasa mucho tiempo fuera de casa: le resulta más confortable transigir en ese corto tiempo que está con su familia, pero esto es puro egoísmo: aunque se llegue a casa agotada del trabajo, la paternidad es una obligación a lo largo de todo el día. El ceder por no discutir sólo beneficia, a corto plazo, a progenitor negligente, pero siembra un precedente de poder en la mente del pequeño. Evitadlo a toda costa. Si mamá dijo “no” es “no” y viceversa.
Controla el temperamento. A menudo las presiones de nuestro día a día nos han puesto de mal humor, sólo deseas encontrar algo o alguien sobre quien descargar tu ira. Pues bien: deja esos sentimientos fuera de casa. Delante de tu pequeño has de ser equilibrada y ecuánime, si quieres que crezca con autoestima y fortaleza.
Nuestro pequeño percibirá nuestra autoridad si sabe que nada nos va a hacer cambiar de opinión. Una firmeza serena y tranquila es mucho más efectiva que una que se manifieste con violencia, ya sea verbal o física. Cuando nos rebajamos a ésta última estamos, no sólo perdiendo toda autoridad, sino dejando una indeleble impronta en nuestros hijos acerca de las relaciones humanas, donde percibirán que la válida es la ley del más fuerte, y no del que lleva la razón. Jamás, por muy frustradas, enfadadas o heridas que nos encontremos, hemos de perder los estribos hasta el punto de gritar ni, mucho menos, llegar a zarandear o golpear a nuestros pequeños.
Al pasar por el umbral del hogar, hemos de convertirnos en las madres y padres perfectos que querríamos para ellos.
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